"Lo llaman hoyuelo", explicó el docente que hacía guardia en The Art of Scent, una exhibición especial montada actualmente en el Museum of Arts and Design de Nueva York . "Pero la mayoría de las personas parecen creer que se trata de un urinario avant-garde".
El hoyuelo o urinario en cuestión es uno de doce que se encuentran montados en la pared blanca de una galería que no contiene nada más. Al acercarse, el movimiento detona un rugido afónico y una rápida expulsión de perfume. Al alejarse, el olor desaparece por completo. Dicha instalación de Diller Scofidio + Renfro logra lo imposible en la arquitectura olfativa: intensidad y contención.
La obra es apropiada para un museo dedicado tanto al diseño como al arte. Y mientras el curador olfativo, Chandler Burr , argumenta en favor del reconocimiento de la perfumería como una forma de arte. La mecánica de su "exhibición", que usa tecnología para la difusión de esencias prestada de los shows comerciales de la industria, hace difícil no recordar sus raíces como una disciplina del diseño comercial propuesta por el cliente.
Las doce obras de arte olfatorio de Burr se suman a un panorama increíblemente conciso de los perfumes más importantes de los últimos 121 años, con el fin de situar el olor en un contexto histórico-artístico más amplio. El estudio inicia en 1889, con Jicky, la creación de Aime Guerlain, uno de los primeros perfumes en mezclar esencias naturales con productos químicos sintéticos recientemente disponibles, como el alcohol terpeno ß-linalol. El texto de Burr que acompaña Jicky lo compara a la Torre Eiffel —"una obra de ingeniería radical"— argumentando que era esta liberación de las restricciones de los recursos naturales lo que "convirtió el olor en un medio artístico".
Arquitectura invisible
En el Museo de Arte y Diseño (MAD), el curador de olfato Chandler Burr insiste en reconocer la perfumería como una forma de arte, mientras que la instalación de Diller Scofidio + Renfro consigue reflejar la intensidad y contención presente en el diseño olfatorio.
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- 20 diciembre 2012
- Nueva York
Re-contextualizada por los comentarios de Burr y aislada de los habituales papeles con esencia de las tiendas departamentales mediante los hoyuelos de Diller, se vuelve posible apreciar L'Eau d'Issey (1992) como algo más que el olor de mis años adolescentes; se vuelve posible admirarlo como una "revolucionaria obra minimalista" que de alguna manera lograba capturar la esencia de agua sin olor. De manera similar, y con la asistencia de las notas de Burr, no sólo pude captar la nota central de "detergente" en el Drakkar Noir, sino que pude entender en parte el logro radical de Pierre Wargney de crear una fragancia fina a partir de un limpiador doméstico.
Otras esencias son señaladas como baluartes de la abstracción, provocación e incluso del híper-realismo. Unos cuantos perfumes se muestran para exhibir el primer uso exitoso de materiales y tecnologías novedosas que permitieron la aparición de nuevas formas de expresión estética. Light Blue (2001) de Oliver Cresp fue elegida como la primera obra en crear de manera deliberada una experiencia olfativa a partir de sus partes y no de su totalidad uniforme. Mientras tanto, de acuerdo al protocolo cedulario de las galerías, cada perfume es acompañado por el nombre y fecha de nacimiento de su perfumista, fecha de creación y crédito de préstamo, generalmente dedicado a alguna casa de cosméticos o moda, como Hermes o Estee Lauder. A su lado se exhiben otras tantas compañías de sabores y fragancias anónimas (Givaudan, Firmenich, IFF, et al.) que pueden diseñar los sabores de Haagen-Dazs y aromatizantes nuevos con la misma facilidad con la que producen las "obras maestras del olfato" mencionadas por Burr. (Curiosamente, y como señala el New York Times, en el contexto de las esencias, prestar implica dar, ya que los vaporizadores dispensaran el equivalente a 600 botellas de 100 mm de eau de toilette durante el transcurso de los tres meses que durará la exposición).
Las doce obras de arte olfatorio de Burr se suman a un panorama increíblemente conciso de los perfumes más importantes de los últimos 121 años, con el fin de situar el olor en un contexto histórico-artístico más amplio.
La mención de IFF, el gigante de la química, actúa como otro empujón al recordarle a los espectadores que, aparte de la apreciación sensorial y estética de las esencias que el Sr. Burr fomenta con tanto entusiasmo, las fragancias también deben de ser entendidas en el contexto comercial que inspiró su creación. En una habitación secundaria, la exhibición hace un guiño a este aspecto mediante videos de "artistas de la esencia" que explican las maneras en que traducen una estrategia de mercado en experiencias olfativas e incorporan los comentarios expresados en focus groups para generar una serie de "mods" o modificaciones. Jean-Marc Chaillon, creador de Euphoria for Men de Calvin Klein, junto con otras fragancias exitosas, admite jovialmente que diseñar un perfume es un diálogo y que una esencia sólo está terminada "cuando todos sonríen".
A lo largo de la pared opuesta, los visitantes pueden usar sus propias narices para apreciar el proceso de diseño. Cinco tarjetas arrancables representan la versión final de Tresor, por Sophia Grojsman, junto con cuatro "mods" que sufrió durante las distintas etapas de su desarrollo. La progresión no es linear, sino que gira alrededor de la creación de diferentes "acordes" o combinaciones harmónicas de moléculas que añaden estructura, complejidad y longevidad. La primer mod huele intensamente a geranios y rosas, mientras que la segunda es completamente diferente: madera y musgo. Para enfatizar la naturaleza alquímica del diseño de fragancias para los imberbes, Grojsman comenta que el producto final "no cambió mucho" de la cuarta mod, la cual, para mí, tiene un delgado y grotesco olor a papel que no tiene absolutamente nada que ver con las notas a rosa, vainilla y sándalo de la fragancia final.
Esta sensación de misterio sólo se ve incrementada por el componente final de la exhibición, una muestra interactiva en la que los visitantes pueden volver a probarse las doce fragancias y escoger las descripciones que les parezcan más acertadas. Gracias a una combinación de receptores divergentes (los científicos han formulado hipótesis sobre cómo una carencia de presión en la habilidad olfativa ha conducido a considerables variaciones del rango humano, como si todos fuéramos daltónicos en medida distinta), y una falta de vocabulario común para describir el olor, los resultados son completamente distintos. La introspección analítica que se veía tan clara en el interior del elegante urinario de Elizabeth Diller se disipa tan rápido como las mismas esencias, dejando al espectador no más educado, pero sí plácidamente intrigado. Nicola Twilley (@nicolatwilley )